En los almacenes del castillo

 Hacía semanas que corría el rumor por los mentideros del castillo de que algo se escondía en los almacenes. Al principio comenzó desapareciendo algo de comida, luego, en ocasiones golpes o cuchicheos rompían la monotonía del silencio sepulcral de las raíces del castillo. Pero dos días atrás uno de los pinches de cocina había subido corriendo, con el corazón casi saliéndosele por la boca, y pálido de terror, gritando que una rata enorme se había escabullido entre los sacos de harina cuando él bajó a por unos encargos del cocinero.

 El chambelán, decidió que debía ser solucionada aquella situación lo antes posible, pues diez años antes, una plaga de ratas provocó que una gran parte de la población muriera o huyera del reino, y no quería que volviera a repetirse la situación. Para ello eligió a Slorm y a Jurtim, un sacerdote y un explorador en los que confiaba por su discreción.

 Las órdenes eran sencillas, bajar al almacén, comprobar que estaba todo limpio y asegurarse de que no había rastro de enfermedad, para ello Slorm podría utilizar sus conocimientos de sanación.

 Slorm y Jurtin descendieron aquellas escaleras limpias y aseadas, con cuidadas balaustradas en los laterales... una ostentación más, de las antiguas épocas doradas del condado de Siyale. Abajo, silencio sepulcral, algunas antorchas iluminando las puertas, y carteles indicando el contenido de cada estancia... todo demasiado tranquilo, o quizá estupendamente tranquilo y el susto del pinche no fue más que un exceso de vino de Amur.

 La búsqueda se desarrolló lentamente, tratando de moverse con el mayor sigilo, explorando cada saco en busca de mordidas o marcas de arañazos producidos por posibles ratas o alimañas... todo lenta y pausadamente para no asustar a las posibles sabandijas....


   Tras tres horas de ardua búsqueda, Jurtin abrió una puerta y de repente se encontró ante el a tres criaturas, no más altas que un niño de 6 años, encovadas, de orejas puntiagudas y con unos enormes dientes amarillos que brillaron ante la luz de la antorcha de Jurtin, éste dio el grito de alarma, y Slorm se acercó corriendo mientras desenvainaba su espada "¿Qué pasa ahí?" gritó.... "Parece que tenemos aquí a los culpables de todo este jaleo..." Y sin mediar palabra se lanzó sobre ellos blandiendo su espada contra el más cercano de los tres.

   Mientras tanto, Slorm entró en la habitación, que se había llenado de alaridos, y la visión fue caótica completamente, una antorcha tirada en el suelo, iluminaba la espalda de Justin que acababa de ensartar a una pequeña criatura, como un niño, mientras otras dos figuras, corrían desde una esquina entre chillidos en una lengua extraña y blandiendo pequeñas espadas... al principio sobrecogido por la idea de que su compañero acabara de cercenar la vida de un inocente, Slorm avanzó hacia la luz, pero en ese momento vio que aquellas criaturas tenían deformes orejas verdes, y sus caras reflejaban malicia y perversidad.... aquellas criaturas eran cualquier cosa, excepto... inocentes.

 Un tajo certero cortó el bracito que portaba la espada de la última sabandija, que trató de huir  y esconderse en un rincón. Con voz de mando, Slorm gritó al ser que saliera de su escondrijo, proponiéndole que si salía podría sanar su brazo, Justin, rebuscaba por entre las cajas, tratando de llegar hasta el pequeño hueco en el que se había escondido, lo que a todas luces era un goblin de las montañas del norte.

 El goblin no colaboró en absoluto, al final, entre mordiscos y patadas, Justin consiguió sacarlo y terminó con su vida, estampándolo contra la pared mientras trataba de sacarle algo de información.

 Entre las pertenencias de los goblins encontraron, unos picos y poco más que harapos... parecía que habían abierto un pequeño hueco en la pared, hasta un túnel cercano por el que accedían al almacen para robar víveres... parecía que el Paso de la Doncella volvía a estar habitado por goblins y estaban hambrientos.

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